Adiós, 2017.

2017 ha sido un año de cambios para mí. No voy a olvidarlo por dos razones, especialmente una de ellas, y no es otra que el nacimiento de mi hijo Francisco. Su llegada eclipsa todo lo demás y me da felicidad todos y cada uno de los días. La otra es la publicación de mi segunda novela, algo de lo que me siento orgulloso. Por lo demás, 2017 ha compensado estas dos alegrías con bastantes palos en el lomo. Este año me ha traído muchos sinsabores, muchas decepciones y bastantes derrotas, aunque puedo si  puedo sacar algo positivo es el saber quiénes son mis amigos. Mis verdaderos amigos. Eso es un tesoro.

Al 2018 no le pido nada. Sé desde hace mucho que todo lo que pueda querer, necesitar o anhelar he de trabajármelo y sudarlo a conciencia. Incluso así hay cosas que no conseguiré. La vida no es una taza de Mr. Wonderful.
No sé si pueda sacar nueva novela este año. Es más, no sé si vaya a sacar nueva novela alguna vez. Las ideas son muchas pero el tiempo, la fuerza y las ganas, pocas. El refrán se equivoca: querer no es poder.
Sin embargo estoy agradecido. Cuento con la sonrisa de mi hijo, la complicidad de mi pareja, el refugio de mi familia y el apoyo incondicional de mis amigos. Del resto, como digo, ya me ocupo yo.

Gracias a mis lectores. Pocos o muchos me habéis demostrado que sois fieles, que os ha gustado esa aventura llamada “La leyenda de Ernesto Sacromonte” y que la habéis apoyado. Me quedo con esas felicitaciones de gente a la que no conocía y que se tomó la molestia de dedicar 2 minutos de su tiempo a mandarme un correo. Sin duda, la mejor de las energías.

Gracias a todas las personas que habéis estado a mi lado este año. Os deseo todo lo mejor para el que llega. De corazón. Un abrazo a todos y a cada uno de vosotros.

Pasad una nochevieja maravillosa y encarar el nuevo año cargados de energía. La vamos a necesitar.

Un abrazo y feliz 2018.

Francisco.

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